Como dijo Homer Simpson mientras se dirigía con su coche hacia un lago helado: “¡Oh! ¿Por qué mis acciones tienen consecuencias?“Entre 2016 y 2017, muchas ciudades y municipios españoles se declararon libres de glifosato, un herbicida de amplio espectro cuya autorización por parte de la Comisión Europea estuvo en vilo durante meses. La clasificación del producto como “probable carcinógeno” por la IARC, un organismo de la OMS, chocaba frontalmente con las recomendaciones de la agencia europea EFSA, que confiaba en la seguridad de los estudios que avalan al glifosato.
Para cuando, el 28 de noviembre, Bruselas decidió al fin extender la licencia de este principio activo otros cinco años —hasta 2022— más de 150 ayuntamientos del país habían prometido no volver a usar el pesticida en sus parques y jardines.
Madrid, Barcelona o Sevilla lideraban a estas ciudades. En el caso de la capital, el subdirector general de Parques y Viveros Santiago Soria explicaba el cambio de estrategia: “En su momento se hacía con glifosato y ahora se trata con otros productos o directamente con eliminación física de las malas hierbas“.
Un año después, la llegada de la primavera y la falta del herbicida está provocando que muchos vecinos de todas estas ciudades estén encontrando auténticos vergeles en sus aceras, bancos o parques.
Madrid aprobó una moción en junio de 2017 para limitar progresivamente el uso de este herbicida con los votos de Ahora Madrid, PSOE y Cs.
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